Camille Mandoki + Concepción Huerta y la nostálgica incertidumbre ante la magnitud del universo interior

Fuimos testigos de una sesión de exploración musical conducida por Camille Mandoki que funcionaba al mismo tiempo como una terapia de choque colectiva, una gran cantidad de energía se concentraba en el bar y se volvía progresivamente más densa, formando un campo gravitatorio imaginario cuyo magnetismo se llevaba nuestra energía hacia el centro, como arrebatándonosla. El Imperial se convirtió esa noche en un templo ceremonial pagano, los cuerpos invitados en espíritus exploradores y la música en un espejo afilado, que nos revelaba rincones inexplorados de nuestra psique tornándose en una experiencia más profunda a medida que cada individuo superaba el vértigo del desprendimiento y se atrevía a enchufarse a aquella cosa intangible que nos conectaba.

El performance dió inicio un rato después de lo pactado, las cortinas del telón se abrieron y Concepción Huerta apareció agazapada y en cuclillas, como expectante. Se escuchaban los primeros sonidos viscerales de la noche, incómodos, sin un orden aparente o hilo conductor que los conectara, al menos uno que no sería tan fácil de sentir y procesar pero que de alguna forma iba empatando las frecuencias de los asistentes. El primer momento de conexión llegó terminado el show de Concepción, todos nadábamos en la misma incertidumbre mientras los telones se venían abajo de nuevo, algo sucedió, pero nadie está seguro de saber que fue.

La segunda parte del espectáculo comienza con la adhesión de Camille Mandoki y el performance dancistico de Mariana Azcárate, Sofía Ortiz, Gibrana Cervantes y Lucía Uribe a una Concepción Huerta que reaparece expectante y en cuclillas, las chicas se presentaron con un atuendo color piel fabricado a partir de algún material delgado, figurativamente, desnudas. Su acto evocó a la vulnerabilidad, los movimientos parecían representar el intento del alma por encontrar su lugar en el espacio y mostrándose indefensas, nos invitaban a bajar la guardia. Una energía densa se aglutinaba  al centro del escenario, mientras una voz se comunicaba a gritos con algunos traumas arquetípicos, como reclamando: «I’m afraid to love», «I want the truth but I also want a lie!», gritaba Camille. Nadie sabía como reaccionar, pero estaban conectados a través de un sentimiento nostálgico muy particular, una de esas cosas que no se ven todos los días, una experiencia de inmersión introspectiva profunda que se iba cuajando y eventualmente nos llevaría a derribar la barrera entre el intelecto y la emoción, dejando de lado nuestro deseo de entender, o descifrar, para dar paso al sentir.

Por fortuna, iba armado con mi dispositivo móvil para documentar algo de lo que aconteció en aquel foro, aquel día, desde mi punto de vista en aquel entonces; el día en que sentí una nostálgica incertidumbre ante la magnitud del universo interno.

Concluyendo; sobreviví como practicando apnea y todo estuvo a la altura en el lugar. El bar tiene los pies en la tierra hablando de precios, aunque no mucha variedad de bebidas. Buen ambiente, eso sí, la diversidad se podía respirar, había gente de aquí y de allá, como abducidos por el agujero de gusano. La combinación Performance + Venue, funciono muy bien y la experiencia fue enriquecedora. Todo por $100.

Es bueno saber que la gente está invirtiendo en experiencias inortodoxas como esta, dándole espacio para respirar a la escena experimental mexicana que como Camille Mandoki, está reclamando a gritos por su espacio. El esfuerzo de Ensamble -quienes se definen a sí mismos como un colectivo multiplataforma para creadores que integran recursos tecnológicos en su obra para abrir, intervenir y democratizar espacios para la difusión de su trabajo-, está teniendo un impacto importante en un México que atraviesa momentos de cambios en los paradigmas y se empata ante las tendencias de la experimentación y la cultura digital audiovisual global. ¡Enhorabuena Ensamble!

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